Javier Torres Goitia. 27 de julio de 2013
“El encanto de la luz hecha color nos invita a jugar con las formas como quien limpia el pincel sobre un soporte cualquiera, para dejarnos un pedazo de sol brillante en un sinfín de colores, tonos y valores que nos evocan fugaces recuerdos del pasado.” (y las imágenes de nuestro futuro).
Son las palabras con las que Walter inauguró su muestra a la que dio un título muy significativo: Manchas, poco antes de morir, en 1999.
Recordar a Walter no es nada difícil. Gracias a esas manchas, colores, formas, luz y sombras que nos ha dejado, su arte está cada vez más vivo, con mayor presencia. Alguna vez, parafraseando a Neruda, afirmamos que él también podía decir como el poeta: Para Nacer he nacido. Y es que su vida no acaba con la muerte. Cualquier común de los mortales después de una vida horizontal, más o menos feliz o pesarosa, termina un día y se va definitivamente de este mundo.
Walter no es cualquiera. No dejó de existir por haber muerto en una clínica de Lima en 1999. Él nació una vez en 1923, en las gélidas tierras de Uyuni. Vivió su infancia en la inmensidad del altiplano, ejercitando sus primeros pasos en ese enorme mar de sal, donde el sol alumbra sin reparos y rebota coloreando el horizonte.
Volvió a nacer en 1944 con su primera exposición en el Salón de Aficionados de Sucre. Siguió naciendo cada vez más luminoso esta vez al lado de los dos hermanos Imaná, Gil y Jorge, sus entrañables amigos y cofundadores con él del grupo Anteo con quienes pintó los históricos murales de Sucre: Jaime Zudáñez y la Revolución de Mayo en la Universidad de San Francisco Xavier de Chuquisaca, Mensaje de Patria Libre en el Colegio Nocturno (hoy Junín), y varios otros el mismo año de 1950.
Volvió a nacer, esta vez en La Paz con La Historia del Petróleo en Bolivia en 1959 y la Revolución Nacional en 1964. Los colores rebeldes de sus pinceles siguen captando la “luz hecha color”, cada vez naciendo más cerca de su pueblo, más identificado con el dolor de madres sollozando, de obreros masacrados, y de gritos sin eco contra la opresión. Y cada vez más valiente.
Cuando la intolerancia hecha gobierno lo expulsó del país, durante la dictadura de Banzer, nace otra vez con el Quijote y aparece lanza en ristre frente a los fieros perros que lo persiguen. Nunca el abuso y la brutalidad fueron mejor expresados que en esos perros asesinos de ojos desorbitados, colmillos afilados, baba espumosa y aullidos estridentes que no sólo se ven, sino que se escuchan desde el lienzo.
Sus varios destierros ni los perros lo amedrentan y vuelve a nacer siempre con el ideal por delante con su serie del Quijote en el exilio.
Frente a la masacre de mineros surge otra vez el Quijote en las minas. Y el Quijote, que resulta ser una autodefinición de su arte, aparece también contra la corrupción en otra serie: el Quijote y los Ángeles. Y cuando la ternura llega al abuelo, don Quijote está con los niños, sus nietos que le regalan felicidad y los centenares de nietos que deambulan por las calles, sin padres siquiera, y a quienes el Quijote les da amor y esperanza.
Dentro y fuera del país, sigue naciendo con nuevas obras y nuevos desafíos al poder concentrado. Sus pinturas se diversifican como los rayos del sol al filtrarse entre medio de los árboles del bosque. Como esos rayos tibios y húmedos que acarician las alas de las mariposas y las inundan de color, Walter va iluminando muros, lienzos trozos de madera, tejidos cálidos y abrazando amigos. Su lealtad con la verdad, su rebeldía contra el abuso, su permanente solidaridad con los humildes lo hacen víctima del odio de los mandones y se cierne contra él la amenaza de cortarle las manos.
Fue uno de los “narco-militares” quien profirió tal despropósito cuando con Jorge Mendoza, uno de sus discípulos, pintaba el mural Juana Azurduy de Padilla que quedó inconcluso. La obra es una alegoría que combina el valor de la heroína que luchó contra el poder de cañones y fusiles, cargando el cadáver de su hijo, con la imagen de la torre del monoblock de la UMSA y universitarios apresados por la soldadesca. El tirano de turno busca al autor del cuadro para cortarle las manos. No llega a saber ni quién es y tampoco puede destruir el mural hábilmente escondido por estudiantes de la carrera de arte. Nadie develó el nombre del autor, sin embargo, Solón Romero volvió al exilio y nació de nuevo.
Cuando en 1982 recuperamos la democracia volvió a nacer con girasoles, geranios y rosas. Su colorida ilusión no duró mucho. Se truncó al ver cómo la politiquería criolla destrozaba la democracia en peleas callejeras absurdas como inútiles y destructoras. Fue entonces que anunciándome que nunca las volvería a pintar, me obsequió un cuadro de flores de singular belleza, diciéndome, (cuando yo era Ministro de Salud del inolvidable Dr. Siles): tú quizá puedas vencer el mal augurio de las flores. Conservo con devoción el cuadro y hasta siento su aroma como una invocación para no retroceder en uno de los ideales que compartimos: la defensa de la salud colectiva.
No pintó más flores, pero sí unos murales llenos de luz y de esperanza alentando a los Comités Populares de Salud, uno en el salón de reuniones de la que fue en 1984 la Escuela de Salud Pública de La Paz, otro a la entrada de la Maestría de Salud Pública en la Facultad de Medicina y otro en el propio Ministerio de Salud. Una larga vida de solidaridad fraterna, está expresada en esos murales. Juntos habíamos soportado abusos y atropellos, y juntos soñamos vivir en libertad, sin perros furiosos, sin cárceles, sin dueños de verdades inapelables, ni sometidos a poderes absolutos.
Palomas blancas volando sobre cabezas erguidas de chiquillos que alzan sus brazos para alcanzar su cariño; árboles frutales generosos y esperanza y más esperanza están plasmados en esos murales pintados con amor, que nacieron al calor de Salud para Todos con Todos y siguen esperando, nacer de nuevo.
Siguió captando “pedazos de sol brillante” para colocarlos sobre una variedad de materiales, hasta que llegó a la UMSA y en los más de 200 metros cuadrados de los muros que rodean el Salón del Rectorado plasmó El Retrato de un Pueblo. Más de 400 personajes emblemáticos de nuestra historia dialogan a través del tiempo. La misma luz de libertad rebelde ilumina la serena faz de los fundadores de la República, como la del Padre Espinal, de Marcelo Quiroga, o de sencillos obreros musculados, estudiantes revolucionarios, jóvenes y adultos, hombres y mujeres todos con la misma esperanza de paz, libertad y justicia.
Walter murió en Lima un día como hoy 27 de julio de 1999 como no queriendo ingresar al nuevo siglo sin haber podido ensartar los rayos del Sol en las cabelleras de los niños, sin haber podido hacer que se mitigue el hambre de los excluidos ni que los pulmones enfermos de los mineros respiren aire libre. Pero nace cada día entre nosotros. Está vivo y presente en este su santuario, ahora a lado de Gladys su compañera de siempre y Nace y Vive en el corazón de todos sus amigos y hasta en el alma de los que no tuvieron la dicha de conocerlo personalmente, pero lo ven en los “pedazos de sol brillante” de sus murales donde aletea el fuego de su rebeldía, su amor por los excluidos y su pasión por la paz, la libertad y la justicia.
Este apóstol de la belleza y la justicia que sigue enseñando desde esta Fundación Solón con pinceles jóvenes, pero con la misma robusta solidaridad de su rebeldía, es quien puede decir con Neruda: Para nacer he nacido y seguirá naciendo mientras “el encanto de la luz hecha color” de vida a las formas y valor a los espíritus.