Gladys Oroza de Solón Romero, 2001

Conocí a Solón  en la Escuela Nacional de Maestros de Sucre, con su violín y sus acuarelas bajo el brazo. Años más tarde, cuando terminó los murales de la Universidad Mayor de San Francisco Xavier en Sucre, nos volvimos a encontrar. Dos años después nos casamos. Su pasión era el dibujo. En cualquier papelito y sin importar la circunstancia, él dibujaba y dibujaba. Las figuras surgían de un enredo de líneas que le sugerían imágenes y personajes hasta que tomaba una decisión.

Me enseñó a ampliar sus bocetos y algunas veces le colaboraba con el pantógrafo. El siempre hablaba de su infancia y su familia. De su padre escuchó por primera vez las andanzas del Quijote y siempre recordaba el dibujo que éste le hiciera de aquel hombre. El caballero de la triste figura lo habría de impresionar hasta el final. Pocos días antes de morir dibujó su ultimo Quijote parado junto a un pedestal que sostenía varios sueros y sondas que lo mantenían con vida.

Walter fue un padre-niño. Siempre encontraba unos segundos para jugar con sus hijos y sus nietos por más ocupado y concentrado que estuviera.  Lo que más le perturbaba era el llanto de un niño y lo que mas le atraían era su risa y sus manos. No sé si era porque él decía que podía leer las líneas de la mano o porque para él en las manos estaba el secreto de la vida.

Walter era muy reservado y serio, tan serio que todos tomaban sus bromas en serio; cómo la competencia de locotos y ulupicas en la que dejaba que sus sobrinos tomen la iniciativa, o la promoción de una pomada de la India para regenerar el cabello que no era mas que pintura negra de automóvil.

Uno de sus pasatiempos preferidos era proyectar sleits de sus viajes por el mundo. El podía estar horas de horas hablando de un viaje en primera clase en la India encerrado sólo en un cuarto de tren de dos metros cuadrados a mas de 40 grados centígrados, o de los picapedreros en Egipto o los cortadores de papel en la China. Walter era un desván de anécdotas e historias. Había visto y compartido desde la pobreza mas extrema, donde su única cobija era el cielo estrellado de la ciudad de La Paz, hasta su estadía en los hoteles mas exóticos y caros del mundo.

Walter era un infatigable e incansable estudiante. Hasta los últimos meses de su vida siguió investigando y estudiando.  Primero fue profesor de primaria, luego de filosofía y letras, luego estudio pintura mural, vitralismo, esmalte sobre metal, grabado, tejido, restauración y conservación, en fin  sus ansias de aprender y experimentar no tenían límites. El no solamente estudió los diferentes oficios y técnicas del arte plástico. Sino también investigaba para sus murales.  El escudriñaba decenas de libros, fotografías y se entrevistaba con múltiples personas para pintar murales como «La historia del Petróleo», o «El retrato de un pueblo». Todo estaba justificado en sus murales, la improvisación y la creación siempre estaban en función de un fundamento, de un hecho o un mensaje.

A él no le gustaba encargar los trabajos. El siempre quería hacer todo con sus propias manos. Por eso hacía de plomero, albañil, carpintero, electricista, arreglando y construyendo diferentes rincones de nuestro hogar. Walter tenía un profundo respeto por los artesanos y era muy crítico y mordaz con los artistas del «establishment». A las discusiones ideológicas y abstractas prefería siempre el trabajo concreto y la charla franca y vivencial. El no era amigo de las roscas ni de los grupos que se lanzan loas públicas entre sí. No buscaba el amparo de los círculos del poder sino que se lanzaba  cuál Quijote con su lanza a desafiar a los mas terribles poderes, como lo hizo con su Album «El Quijote y los Perros» bajo la dictadura de Banzer. Esa fue la serie de Quijotes que quizás realizó con más pasión y más rabia porque mi hijo mayor José Carlos había sido detenido, torturado y desaparecido en Santa Cruz. La censura y represión le impidieron a Solón pintar murales en esa época, pero el encontró la forma de hacer murales portables con sus tapices.

Walter era agudo, punzante, incisivo cuando quería. Por eso hizo la serie de xilografías «Variaciones sobre un tema de sangre» a raíz de la masacre de Tolata, o dibujo «El Quijote y los Angeles» cuando comprobó que la democracia dejaba en la impunidad a los dictadores de ayer. Solón era paciente e incansable. Una y otra vez podía reintentar la misma empresa de diferentes maneras. El nunca trabajaba en un sólo proyecto a la vez y siempre se tomaba el tiempo para pensar tres veces.

El hablaba mucho de la muerte; quizás porque la vio varias veces de cerca: un accidente de avión en Chile, un choque de automóvil, varias caídas de los andamios, una coalición de trenes en el metro de Nueva York… Las únicas medallas que llevaba consigo era las cicatrices de sus operaciones y accidentes.  Walter siempre temía el final, pero siempre lo pudo sortear, hasta que un 27 de julio, a la una y diez de la mañana, llegó el final.

Desde hace dos años que la vida sin Walter ya no es la misma.

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