Partió el 27 de Julio de 1999. Esté fue su último Quijote en una sala de hospital de Lima. Tenía 76 años y el espíritu de un niño.
Mi padre era un hombre lleno de historias inverosímiles. Tenía el don de despertar la curiosidad. A veces dude de sus relatos para años más tarde encontrar pequeños indicios de lo que una vez me pareció sólo obra de su imaginación. Tras su partida y después de mucho esfuerzo entendí que la realidad y la fantasía son indivisibles, y que la vida está llena de múltiples verdades que no encajan.
Solón creía en el más allá. Sin embargo, por las dudas de que no se pudiera comunicar desde aquel otro lado, dejó una sinfinidad de mensajes escondidos en los pliegues de su taller y su obra. Así comenzó un dialogo que hoy se hace cada vez más intenso. Una conversación donde abundan las imágenes y los enigmas. Donde la palabra es la observación y el verbo es mirar más allá.

Si me preguntan no creo que se fue en paz. Cuando leo en su último Quijote “cuanto me dieron que vida” percibo una mezcla extraña de admiración y reproche. “Que vida” por lo intenso de su transitar por el mundo y “que vida” por no haber podido plasmar todos sus bocetos.
Solón quería seguir viviendo. Quería seguir pintando. Su sueño era seguir confrontando a los poderosos a través de nuevos y más increíbles murales. Su obsesión era crear y nunca repetirse a si mismo. Reinventarse cada eclipse de sol y renacer en la magia del lápiz.
Su último Quijote lleva la leyenda “Dibujo al filo de la desesperación”. Solón era consciente del desenlace. Acosado por la fiebre y los fantasmas planea su gran escape del hospital. Asigna tareas e imagina disfraces para despistar a las enfermeras. Su último Quijote no es un dibujo a quema ropa. Las huellas de la goma denotan su verdadera intensión. El último Quijote es el mapa de una fuga que no pudo ser.
Pablo Solón