Solón, 1998

Es paradógico escribir sobre uno mismo, en una época en que las intervenciones multinacionales, los cambios políticos financieros penetran abiertamente en las naciones, y los pueblos son sometidos a una cruel sobre vivencia para poder existir. Mas aún, cuando estas realidades se introducen en el campo de la cultura y del arte. Mientras el hombre común, consciente de su entorno, afronta esa realidad y defiende los intereses de un pueblo que se debate entre la miseria y el hambre.

Quizás parece una herejía pensar que a algunos artistas nos afectan estas constataciones y denunciamos, a través de nuestra obra, esta realidad adoptando una posición crítica. Mientras otros, como se ha visto a lo largo de este siglo, se acomodan o se someten, sabiendo o sin saberlo, a las realidades de un exitismo fácil que sutilmente los atrae y convierte en instrumentos de un arte anodino al amparo de una crítica igualmente interesada que jamás orienta a nadie.

La historia nos demuestra que la pintura, más propiamente la pintura mural y las artes gráficas son los únicos medios de comunicación masiva que hicieron de un país americano como México el exponente Universal del Arte Plástico Contemporáneo.

Por ello, hablar de uno mismo, de lo que se denomina autobiografía es, en mi caso, simplemente repetir lo que viví junto a un pueblo y recapitular parte de una vida que se jugo a perder.

Mas de medio siglo es el tiempo de todo cuanto vengo haciendo. Un pueblo a la orillas de un lago blanco de sal, vestigio de algún mar ausente fue la primera imagen que mis ojos vieron. Una infancia de viento y frío en un altiplano inhóspito, fue el horizonte que albergaron mis primeros juegos.

En las noches alrededor de una mesa, junto a una estufa alimentada con yareta y thola, mi padre dibujaba contándonos viejas historias de libros leídos y aventuras de viajes por países extraños. Nosotros, mis hermanos y yo el menor de los varones, gozábamos viendo aparecer en los grandes papeles dibujos al carbón de paisajes marinos, barcos y rostros de personajes extraños. Fue entonces que imaginé el mar estando tan cerca.

En el día, la escuela junto a mi hermana menor y luego la pampa que nos invitaba a correr con una rueda de zuncho y un alambre que lo sostenía mientras rodaba, como la vida misma. Por mis hermanos mayores y un cine sonoro de pueblo, supe de una guerra allí muy lejos, luego vino la guerra del Chaco en medio de la cual pase mis primeros años. En las noches por miedo a quedarme solo en la casa salíamos todos a ver pasar a los soldados que iban a luchar por la patria, en su mayoría campesinos que sin duda ignoraban que era el Chaco.

Todo el pueblo comprometido con la circunstancia bélica se había organizado para preparar y darles comida, coca y café caliente a los soldados a cualquier hora que pasara el tren. Mis hermanos mayores ayudaban en esta tarea. Lo mismo se hacia para ir a recibirlos cuando salían o cuando volvían de la contienda: heridos o enfermos, resagos de un infierno verde que se los había tragado siendo jóvenes.

Ese fue el impacto que recibió mi infancia, que se desmoronó luego con la muerte de mi madre y me dejó en una soledad desconocida hasta entonces. Mi hermana mayor, Elena, me llevó a Sucre donde ella estudiaba. El internado del colegio Sagrado Corazón fue mi hogar. Allí supe de otra guerra en la España de Franco y de la muerte de Federico García Lorca. En verdad podría afirmar que nací y viví en medio de pequeños y grandes conflictos mundiales, la segunda guerra mundial me permitió afirmar que el hombre y la sociedad se desvanecían en el caos.

En el internado estudie primaria y secundaria. El violín y la pintura eran mis actividades predilectas. Luego realice estudios en La Paz en la Escuela de Bellas Artes y posteriormente egresé como profesor de filosofía y letras de la Escuela Nacional de Maestros en Sucre. Mas tarde, viajé a estudiar pintura mural en la Facultad de Artes Plásticas de Santiago de Chile. En 1949, después de un accidente retorné al país. Tuve una larga estadía en el hospital Santa Barbara de Sucre donde en un lecho de hospital nacieron las ideas para conformar el grupo «ANTEO», la primera escuela de muralistas.

Después vinieron los primeros frescos patrocinados por la Universidad Mayor de San Francisco Xavier de Sucre con el apoyo inteligente de Don Guillermo Francovich y Gunnar Mendoza. Luego mi viaje por el lejano Oriente, mi retorno a La Paz para seguir pintando murales y luego un segundo viaje alrededor del mundo para seguir estudios y volver a la noche larga de la dictadura que se hace mas amarga por la desaparición de José Carlos en la década de los 70. En protesta aparece «El Quijote y los Perros» y me veo obligado a peregrinar por la América latina y el mundo junto con escritores, poetas, músicos y canta autores exiliados víctimas de la Escuela de Las Américas que alimentaba a las dictaduras de la América del Sur.

Después de una apertura democrática conseguida por la huelga de hambre de 4 mujeres mineras. Retorne a mi país ilusionado por una «democracia». Expuse flores y paisajes en una galería del centro y retorne a mi cátedra en la Facultad de Arquitectura Artes, donde en la carrera de Artes pintábamos un mural sobre «Juana Azurduy de Padilla y la Guerrillas». Desafortunadamente volvió nuevamente la noche negra de las dictaduras. La realización de este mural quedo inconcluso y la difusión del «Quijote y los Perros» sirvió de pretexto para mi detención y vejámenes en la Sección Segunda del cuartel de Miraflores. Gracias a organismos internacionales salí nuevamente al exilio. Ahí aparece «El Quijote en el Exilio«.

En 1983, restituida la democracia, volví al país y pinte el mural «El Retrato de un Pueblo» en el Salón de Honor de la Universidad Mayor de San Andrés y otros murales con el auspicio de la O.M.S./O.P.S.. Como se podrá deducir por lo leído esa es mi vida, paralela a la realidad de un pueblo que vivió de utopías y se jugo a perder.

La Paz, 1998

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