Luis Ramos Paoli, 1989
Uyuni
En el horizonte sin límites aparece un punto que, al crecer, rasga el cielo con su cresta de humo. Su ulular aún distante, descongela el silencio. Pronto el punto adopta la forma de colosal gusano, su trajinar mecánico, se oye como un estertor que en última instancia se hace estrepito total y culmina con la muerte de la enorme bestia, preámbulo para la aparición de caras conocidas y nuevas: Es el tren, máximo acontecimiento para los niños de Uyuni, quienes, en formación desordenada, han presenciado absortos, su llegada. Entre ellos, Walter Solón desafía al frío, no tiene más de cinco o seis años, corre el año 1928.
Ese muchacho es el mismo que ahora, sesenta años después, responde a nuestro llamado: saca la cabeza por una ventana de tercer piso; nos reconoce, hace una señal para que esperemos, luego aparece por el subsuelo de la casa y nos invita a pasar, a penetrar en la magia de su taller. Allí observamos tableros que formarán parte de un mural, pinturas de diferente época, retablos a medio hacer, en los que sin embargo se aprecia un arte maduro, desbordante y a la vez austero. Hay acuarelas que invitan al silencio y planos superpuestos que exaltan la imaginación. Solón nos relata con avidez de muchacho anécdotas, intenciones y planes concernientes a cada cosa.
A continuación, nos invita a subir por una sucesión de escaleras laterales de madera, cuya marginalidad evoca el ascenso por una torre medieval. Desembocamos en el tercer piso, donde reina un ambiente cálido. En primer plano hay un telar, dispuesto en forma de arpa gigantesca, a la espera de la lana y el color que, manipulados por las manos de Solón, se convertirán en un valioso tapiz.
A la izquierda hay una especie de proscenio, cuya pared posterior se ha convertido en biblioteca. Del techo penden enormes figuras geométricas, y un gran tragaluz ilumina en el fondo una salita sencilla, hacia allí nos dirigimos. Dunia reclama lo que necesita: materiales que sirvan para publicar nuestra revista, hay unos minutos de charla introductoria, en la que explico el motivo de mi presencia allí, pronto quedo a solas con el más importante muralista de Bolivia: Walter Solón Romero.
Pregunto por su infancia, por su ámbito familiar, por sus primeros pasos: Solón se echa para atrás, como tomando impulso, y luego se acerca, está sentado al borde del asiento:
– Yo nací en una familia que tenía 5 hermanos: 3 varones y dos mujeres. Mi padre, indudablemente, era aficionado al dibujo y a la pintura. Había viajado mucho por todas partes. Cuando volvió, tenía un bagaje amplio, una serie de evidencias, y en las noches solía dibujar para nosotros. Era un gran placer verlo dibujar, lo hacía con carbón y lograba interesantes bocetos, quizás ahí nació mi inclinación por el dibujo.
Uyuni -continua– todos sabemos, es una ciudad desolada y triste, a orillas de un lago blanco (se refiere al salar que dio nombre al poblado) que sólo nos provee de sal en cantidad suficiente como para matar a las pocas plantas que se empeñan en crecer. Un recuerdo típico de esa época era la llegada del tren, un acontecimiento, me fascinaba. No sabía cómo era un árbol, nunca lo había visto, en el paisaje circundante solo había tola, yareta y el viento, –se estremece, modula con sus manos las siguientes palabras– yo nunca había visto un nido de pájaro por ejemplo… en la primera oportunidad que logre salir, con mi madre, a Camargo, a la Pampa Grande de donde era ella, vi un árbol y quede fascinado, era asombroso para mí que hubieran plantas que logren pasar los 60 0 70 cm. de altura, vi también -era muy niño– el rio, el verde, la montaña. Pude penetrar así, un poco más, en la naturaleza.
– ¿Que profesión tenía su papa?
– Mi papa trabajaba en construcción, en realidad hacía de todo. Trabajaba en la Raillway, la entonces empresa de ferrocarriles y viajaba constantemente. Mi madre se dedicaba a las labores de casa. Recuerdo que tenía un hermano mayor, quien era muy estimulado por mis padres en cuanto se refiere a la pintura, le instalaron un taller adecuado para que el pudiera trabajar en arte.
– Por lo que me explica, se ve que su familia no sufría mayores privaciones económicas…
– Naturalmente que no, aunque estábamos muy lejos de la abundancia, sin embargo, mi padre a quien el arte le encantaba, le dio ese taller, que era más bien pequeño y no tenía nada más que lo necesario.
– ¿Cómo se llamaba su hermano?
– Se llamaba Gregorio, él se encerraba en su taller, y yo tenía mucho interés en entrar allí y ver lo que hacía, era muy chico entonces. A veces, a tanta insistencia, me permita entrar, veía oleos y lienzos a los que no daba mayor importancia, lo que si me interesaba era usar sus pinturas; su paleta tenia residuos de color…
(no puedo evitar la evocación de un detalle: al ingresar a su taller, vi en el piso unos cuadros cercanos a lo abstracto, que Solón deja allí, por no tener para él, mayor importancia, y explica, enseguida, que se trata de paletas usadas a las que dio una forma final para que no mueran desperdiciadas.)... se la pedía prestada y buscaba un material sobre el cual podía pintar, que podía ser una lata o cualquier otro cachibache con superficie plana, pintaba todo lo que podía.
Cierta vez encontré el candado con el que mi hermano cerraba el taller, era plano y bastante grande, tentado, lo pinté. Cuando Gregorio quiso asegurar la puerta, se embadurno las manos y ahí terminaron mis incursiones en el taller. Recuerdo que por ese entonces hice mi primer mural, desde luego yo no sabía que era un mural…
– ¿Qué edad tenia?
– Unos seis años, asistía al parvulario y, naturalmente era muy hábil para el dibujo y el moldeado. Una profesora, fallecida hace muy poco, me estimulaba. Pinté un pavorreal, animal que no conocía, lo hice en base a descripciones, gracias a este trabajo fui promovido de parbulario a primer grado, despertando los celos de mi hermana Sara, quien estaba en mi curso. En esas circunstancias, encontré una enorme pared, formé una escalera con una mesa y una silla e hice un retrato enorme de mi hermana, con todos sus detalles, hasta le puse nombre se denominaba «Sara con cerquillo».
– ¿Su familia conoció ese trabajo?
– No, porque ya había fallecido mi madre, pronto murió también mi padre, y me mandaron a Sucre donde, bajo la custodia de mi hermana mayor, ingrese al colegio del Sagrado Corazón, allí los padres me estimularon mucho, especialmente el padre Juan y el padre Cerro.
– ¿Le impacto mucho la muerte de sus padres?
– Naturalmente.
– ¿Cambio su conducta?
– Si, ellos (los curas del colegio) querían que corra, que juegue, pero yo andaba siempre dibujando, hasta el extremo de que el padre Arce y el padre Linares me obligaban a correr, «tienes que correr, me decían, como vas a estar dibujando todo el tiempo». Pero el estímulo era grande y me sirvió de mucho. Tenía un pequeño lugar que me fue dotado para trabajar a mis anchas, allí hacia reproducciones de los cuadros que estaban en el patio. Trabajaba en forma intuitiva, salvo las direcciones que me eran dadas por los maestros del colegio Luis Baya y Jorge Urioste, a quienes siempre recuerdo.
Por aquel tiempo, llegó a Sucre don Cecilio Guzmán de Rojas, acompañado de Luis Luksic, su tarea consistía en catalogar las obras de arte de Sucre y, naturalmente, visitaron iglesias, colegios...
-Esto ha debido suceder el año 37 o el 38 …
– Estaba muy chico. Los padres anunciaron a los ilustres visitantes que en el colegio también tenían un pintor y me sacaron de clases. Así conocí a don Cecilio Guzmán de Rojas, quien me inspiraba un gran respeto y a Luis Luksic, quien eran muy humilde, de temperamento contrario a su acompañante.
Pidieron permiso para que saliera con ellos y les mostrara obras que podían ser catalogadas, las mismas que se hallaban sobre todo en los colegios y en los monasterios, aunque no sabía que muebles querían ellos catalogar, les mostré los cuadros, tallados y tarraceados que me parecían interesantes.
– ¿Intuición?
– Llámese intuición. De esta manera me convertí en cicerone de aquellos artistas. Quizás entonces tenía ciertas aptitudes para pintar, aunque era más músico que pintor.
– ¿Cuál era su instrumento predilecto?
– EI violín, comencé a tocarlo con mi padre, muy chico. Los padres se inclinaban más por la pintura que por la música, pues para estudiar este segundo arte tenía que salir al exterior. Más tarde, comencé a tocar en la Sinfónica de Sucre, como segundo violín, hasta que me di cuenta que sería un músico más y termine abandonando la música.
– Tal decisión la adoptó cuando tenía 17 o 18 años…
– Si, más o menos unos 17 años. Deje la música y me dedique precisamente a la pintura.
– ¿Era buen estudiante?
– Creo que era bueno, siempre recibía algunas medallas en el colegio.
– ¿Tenía amigos?
– Tuve amigos, al extremo de que en el colegio se armaron dos bandos, uno de ellos me apoyaba, me consideraban el mejor dibujante del colegio, y el otro que apoyaba a Piquín Vega, otro muchacho, muy hábil para el dibujo.
– Sin embargo, el muchacho Solón, el de colegio, era sobre todo introvertido…
– Yo creo que era introvertido, a tal punto que quienes me hacían la propaganda eran los amigos, los compañeros.
– ¿Qué valor o valores humanos tenían mayor importancia para usted en ese tiempo?
– Creo que el valor que más me interesaba era la solidaridad, tenía amigos de todos los rincones de Bolivia, especialmente de las provincias de Chuquisaca, y era gente que como yo -un interno vitalicio– no salía, muchas veces ni siquiera en las vacaciones.
– ¿Tuvo peleas en el colegio?
– Si, tuve peleas, quizás a veces tontas, sin embargo, recuerdo una, en la que llegue a los puños con un muchacho que, en mi concepto, había roto unos dibujos míos. Cuando me di cuenta que ese muchacho no era el autor de la acción mencionada, fui llorando, a pedirle disculpas.
Antes de terminar el colegio, se le presenta la oportunidad de viajar a La Paz, lo hace con una delegación eucarística. Cuando sus compañeros se disponen a regresar, Solón decide quedarse en la bella ciudad del Illimani. Años atrás había recibido una oferta de Cecilio Guzmán de Rojas, consistente en una beca para estudiar pintura en La Paz, sucedió cuando hizo de guía del maestro en Sucre, pero Solón recordaba muy bien la oferta y buscó a don Cecilio, «de este modo –dice Solón– me constituí en el primer interno de la Escuela Nacional de Bellas Artes… «.
Pero ya tenía la seguridad de que, con la beca, podría subsistir, sin embargo, el pago de la misma, nunca se hacía efectivo y por tanto vivía en forma muy precaria, no tenía donde dormir ni que comer, situación que explique a don Cecilio Guzmán de Rojas, quien me dio una tarjeta de pensión para un restaurante de la calle Comercio, pensión que luego pagaría con la beca. A la vez me autorizó a dormir en la misma Escuela de Bellas Artes. Gracias a esta situación, pude penetrar más en la pintura, pues podía trabajar a mis anchas, con los materiales necesarios a mi alcance, y tenía además a mi disposición los talleres y la biblioteca de la escuela.
– Tal vez las privaciones que vivió aquel tiempo en esta ciudad, hayan influido en el carácter social de su obra…
– Indudablemente. Con quien podía hablar era con Luis Luksic, cierta vez lo visité y no pude evitar relatarle la situación espantosa por la que estaba atravesando, el me regalo una caja, una paleta de cartón, unos cuantos colores y me invito a pintar paisajes paceños. Vio mi trabajo y me dijo: «Oye, pintas mejor que yo«, luego me llevo a una vidriería y me ayudo a vender las acuarelas que hice.
Desde la primera exposición hasta el influjo de una moneda
Tras dos años de estudio en La Paz, Solón retorna a Sucre, ingresa a la Escuela Nacional de Maestros donde estudia simultáneamente Bellas Artes y para profesor de Filosofía, materia que sirve de complemento a su formación humanística.
En ese tiempo se siente atraído por el surrealismo, sigue de cerca las noticias referidas a Dalí, le gusta también la psicología «Pero siempre me atraía más la pintura«, afirma.
Inmediatamente después de egresar, prepara, durante un año. Una exhibición de 40 oleos de pequeño y gran formato, al mismo tiempo produce un álbum de dibujo surrealista, al que denomina «Psiquis»; ¿tal vez el primero en su género que se haya presentado en Bolivia?
– Sin duda, y tuvo un gran éxito en la exposición que hice el año 1946, recibo entonces el aliento de la familia, de los amigos y del pueblo en general, pero no logro vender nada, por lo cual decido probar suerte en La Paz.
Apenas llego a esta ciudad, visito al entonces director de la Escuela de Bellas Artes, Jorge de la Rezza, quien me dijo: «Arme, monte la exposición». Lo hice en el hall de la Alcaldía Municipal. La inauguración tuvo bastante éxito, me hicieron varias entrevistas y hasta me robaron un cuadro, hecho que me sirvió como propaganda, sin embargo, económicamente me fue mal. Desengañado y sin dinero, me apreste a regresar a Sucre, con un memorándum de nombramiento como profesor de dibujo para el Liceo, el álbum psiquis y un arco de violín, en mi maleta, con tan mala suerte que me roban la maleta. Quede con el pasaje en el bolsillo, no tenía absolutamente nada, los cuadros, por suerte, los había embarcado a Uyuni, allí los recibiría mi hermana Elena, quien trabajaba como farmacéutica en las minas de Pulacayo.
Fue quizás el viaje más triste de mi vida, sentía tanta vergüenza que me baje antes de llegar a la estación, corría el año 46 -todo me paso en un año– y me quede allí, donde mi hermana, unos días, antes de continuar camino a Sucre.
Entonces mi cuñado, Luis Saenz, me propone hacer una exposición precisamente allí, en la mina Pulacayo, que pertenecía al grupo minero Hochschild. Mi exposición tuvo tal éxito que no solo vendí los cuadros expuestos, tuve que repetir algunos. Reuní aproximadamente 4.700 dólares americanos. Me sentí millonario y pensé: ¡No vuelvo a Sucre!; saque una moneda y dije: si sale víbora me voy a México, si sale sol, a Chile. Salió sol.
– ¿Inicio allí mismo su viaje a Chile?
– Exactamente. Llegue a Santiago expresamente a estudiar pintura mural, me inscribí en la Escuela de Bellas Artes, que en ese entonces abarcaba también la música, me convalidaron los estudios y estudie los años 1947 y 1948.
– ¿De que vivió ese tiempo?
– De mi ganancia en la exposición, lo primero que hice al llegar a Santiago fue pagar mi pensión por un año, era suficiente y aun me quedaban reservas. AI cumplir el segundo año, convocaron a un concurso para ayudantía en pintura mural y lo gané, hice luego varias exposiciones, conseguí una beca para recorrer todo el territorio chileno, desde Arica hasta Magallanes, la condición era presentar una exposición sobre todo lo que había visto durante el recorrido, hice la exposición.
En ese momento, un tanto involuntariamente, tuve que volver a La Paz, mi cuñado Luis había fallecido, acompañe un tiempo a mi hermana y retornaba a Santiago, más, el avión en el que viajaba choco al aterrizar, quede aprisionado por los asientos y sufrí, entre otras lesiones menores, la rotura de la pleura.
De la adaptación a la muerte, al surgimiento de Anteo
EI recuerdo de una angustia antigua, cambia su tono de voz, aspira profundamente, y luego afirma:
– Me desahuciaron, con mucha gentileza, la Universidad de Chile paga mi transporte aéreo hasta Sucre, donde soy hospitalizado, me sentía morir. EI Rector de la Universidad chilena envió una nota a su similar de Sucre, Guillermo Francovich, «hay que salvar la vida de Solon» decía el contenido, en lo esencial.
– Tengo entendido que ahí vivió un momento de mucho pesimismo
– De mucho pesimismo, por un par de meses apenas podía respirar, no hablaba ni me movía para nada. Apenas sentí cierta mejora, empecé a dibujar muy a duras penas, pero dibujaba. Estaba aprisionado por unos aparatos que no me dejaban trabajar, entonces escribí un diario que se llama «Adaptación a la muerte» o «Diario de un hospitalizado», porque yo veía como los enfermos de las otras camas salían, restablecidos, alguno paso a mejor vida, pero yo no salía nunca. En ese tiempo llegó a visitarme María Luisa Pacheco, con el fin de pedirme algunos grabados y dibujos que había hecho en Chile, para publicarlos, porque ya había ganado en ese país el Premio Nacional para extranjeros, en grabado. Había ganado también el Premio Nacional de Viña y algunos otros premios. Esa fue la primera publicación que se hizo sobre mi trabajo.
También por ese tiempo se formó el Grupo Anteo, con la presencia de jóvenes pintores y amigos a la vez, quienes me visitaban con frecuencia: los hermanos Gil y Jorge lmana, Donato Mostacedo, Juan Jose Wayar, Bernabe Sandoval, un grupo que manejo ideas revolucionarias para aquel tiempo.
– Este nombre, parece tener connotación con la mejoría que experimentaba en su estado de salud…
– Así es, Anteo es un personaje mitológico que cobra fuerzas al pisar tierra. Un buen día se presenta don Guillermo Francovich, Rector de la Universidad de Sucre en el hospital y me invita a hacer un vitral. Yo había vuelto a caminar, pero aún me sentía muy débil, me alegró la propuesta, sin embargo, mi médico se opuso, le dijo a Francovich: «este dá unos pasos demás y se nos muere», entonces caí en profunda depresión. AI ver mi estado, el medico cambio de opinión y pude aceptar ese trabajo, lo hice con Enrique Guever, un vitralista que llegó de La Paz con ese fin. Ese fue el primer trabajo que hice después del hospital, había dejado de escribir mi diario: la adaptación a la muerte había perdido sentido. Terminado el vitral, decido volver a Chile.
– ¿Allí le estaba reservado el trabajo que antes tenía?
– Mi vacancia la estaban supliendo mis amigos en Santiago, estaba decidido a retornar a Chile, sin embargo, nuevamente don Guillermo Francovich me hace una propuesta tentadora: «usted no se va, porque nos va a hacer un mural sobre Jaime Zudáñez». Yo acepto, emocionado, voy a Chile a renunciar al cargo y a despedirme de los amigos, y regreso al hogar, a trabajar.
– Ese fue el primer trabajo que hizo con el Grupo Anteo, ¿Verdad?
– Así es, anteriormente el grupo había hecho una exposición de dibujos míos, a la que no asistí porque aún estaba muy enfermo. EI trabajo del mural, fue muy disciplinado, en principio el Grupo tenía 21 pintores.
– ¿Estaba compuesto solamente por pintores?
– También hablan algunos escritores, mas no se pudo organizar a ese nivel. Posteriormente nos redujimos a siete y con los siete comenzamos a trabajar ese mural.
– ¿Utilizaron la técnica del fresco?
– Con todas las dificultades que esta supone. Entonces llegó Lorgio Vaca, venia del Brasil, nos relataba sus experiencias en ese país, su afición por la pintura. EI hombre es pintor, un buen dibujante, en ese entonces, claro, estaba comenzando. De ese modo pintamos el primer mural, denominado Jaime Zudáñez y la Revolución de Mayo. Ese año murió don Cecilio Guzman de Rojas, a quien la Universidad de Sucre había contratado para que decore el Salón de Honor, de modo que, terminado el primer mural, don Guillermo me encarga esa tarea. EI nuevo fresco «Mariano Moreno y los doctores de Charcas» dio mayor coherencia al grupo, trabajamos en forma mucho más disciplinada, simultáneamente se adhirieron al movimiento escritores como Hugo Poppe, Cesar Chavez Taborga, Enrique Borda Leaño, Humerto Diez de Medina, Eliodoro Ayllon Teran quien plasmó «Pido la palabra” un doloroso mensaje de angustia, realizamos exposiciones, conferencias, recepciones sociales, llevamos a Sucre grupos musicales populares, etc. Queríamos romper con la parsimoniosa posición de Gesta Bárbara.
– ¿Quiere decir esto que rivalizan con Gesta Bárbara?
– Si, en cierto modo rivalizamos con ellos.
– ¿En que se diferenciaban, concretamente, de ese otro movimiento?
– Nosotros éramos más pueblo, estábamos más vinculados al hombre de la calle. No teníamos, por ejemplo, dinero para publicar una revista, y nos convertíamos en «Anteo, la revista de la voz presente», íbamos al kiosco de una plaza, o a cualquier otro lugar público, y mientras el poeta leía sus versos, el pintor nacía una demostración de su arte. Entre 1952 y 1954, plasmamos otros murales: «Manuel Rodríguez Quiroga y su lucha por la independencia», «Carnaval Indio»; «Mensaje a los maestros del futuro», «Prometeo» y «Fiesta».
– Tengo entendido que el siguiente mural, «Mensaje de Patria Libre», expresa el inicio de una nueva etapa.
– Ese mural se realizó en el Colegio Nacional Junín, todos los profesores del colegio dieron cuotas para solventar los gastos. Propuse a mis compañeros de Anteo que pintemos en forma totalmente independiente, sin dirección, ni siquiera a distancia. Sorteamos muros y cada quien debía hacer su propia composición. Así Lorgio pinto un muro, Jorge otro, yo escogí la testera, y les propuse, para que no haya influencias, que pinten ellos primero. Posteriormente, trabaje mi parte con ayudantes más jóvenes: Michel, Bernabe Sandoval.
– Con ese trabajo, Solón se diferencia del resto del Grupo, por la nueva composición que introduce, aparece una concepción mural, mucho más completa, que marcara toda su obra posterior. Sin embargo, a la vez, fue una especie de “jugada” para sus compañeros de Anteo, (Solón sonríe como un niño travieso, se encoge en el asiento) ¿No hubo resentimientos?
No hubo resentimientos, estuvimos todos en la inauguración, los alumnos pusieron una placa, mis amigos estaban felices, a partir de entonces comenzaron a trabajar en forma independiente.
– ¿Capto entonces la necesidad que tenían los miembros de Anteo de proyectarse individualmente, y en lo personal, que pensó Solón ese momento?
– Bueno, Solón se dijo, el Grupo está bien, pero también tenían necesidad de expresarse individualmente, tenía ideas, pensaba que un mural no podía estar en función de la arquitectura, debe estar en función del público, en función de la gente que se movía para verlo, no debía ser la simple decoración de una superficie plana, debía tener funcionalidad cinética, quería asimilar los aportes que en este sentido los mexicanos habían hecho, (función cinética: Siqueiros, perspectiva monoesférica: José Serrano). Mi intención fue la de utilizar todos esos nuevos elementos, pero a la vez era una forma de encarar la vida contemporánea del país, y no quedarse solamente con la historia.
– EI mural forma parte del mundo y vice versa…
– Exactamente, expresa la realidad, esas ideas ya las iba madurando desde Chile, donde tuve la oportunidad de trabajar con el maestro mexicano David Alfaro Siqueiros, junto a Gregorio de la Fuente, Gabriel Bracho, Sbiro, que se concentran allí y luego retornan a sus respectivos países para dar sus aportes.
– Llueve, pido a Solón, me relate la experiencia de trabajar bajo las directivas de Siqueiros; refiere que cuando estaban reconstruyendo la ciudad de Chillan, prácticamente destruida por un terremoto, el gobierno mexicano invito a los maestros Alfaro Siqueiros y Xavier Guerrero para que decoren la Escuela México que este país donó a Chile, ellos convocaron a profesores y alumnos de la carrera de pintura Mural a colaborar con el maestro mexicano. Allí estuvo Solón, en primera fila. “Muchos desertaron, solo quedamos los más entusiastas -dice- pero el mura no se hacía”. Siqueiros estaba absorto en largas charlas en las que exponía sus teorías revolucionarias, todo parecía reducirse a eso: a la vida bohemia de discusión y tesis. Calculando el límite de lo posible, los ayudantes se atrevieron a recordar al maestro que sólo restaban pocos meses de plazo para entregar el mural y aún no habían iniciado trabajo alguno. Siqueiros dio algunas instrucciones para el trazado de líneas básicas, pero no le gusto ese trabajo, por lo que mando a blanquear nuevamente el muro. A continuación, hizo un esbozo en el papel de una caja de cigarrillos, lo proyecto al muro e instruyo el trazado de líneas bajo esa directiva, posteriormente, él se puso en persona a trabajar, soplete en mano, el mural. EI día de la inauguración, la comitiva oficial esperaba afuera, Siqueiros no estaba conforme con una imagen del mural y le arrojo un martillo, el que hundió el muro y quedo anclado en la trente del personaje. “Tuvimos –dice Solón– que retocar en minutos, el boquete”. Cuando ingreso la comitiva, Siqueiros ya estaba en el bar, pues se había escabullido por una puerta posterior.
EI tema ha motivado a Solón, a quien apenas veo porque la luz natural ha ido cediendo paso a las sombras, se levanta para encender luces y me convida un whisky, es innegable que los recuerdos lo han motivado. ¿Cómo no motivarlo el recuerdo de Siqueiros? Comentó que, en temperamento, todo muralista, en última instancia debe tener algo de Miguel Ángel, que este genio de la pintura tenía aspiraciones celestes, que se debió sentir cada vez más lejos de los mortales. “Tenía -comenta Solón- un sombrero especial donde acomodaba muchas velas para iluminar su trabajo en el domo de la Capilla Sixtina”.
Cuando tocamos el tema Picasso, se siente emocionado, me muestra un álbum de estudios introductorio al Guernica; admira la sensibilidad, el humanismo excelso de Picasso. Por la vía de la sensibilidad, evoca a Orozco. «Tenía una sola mano -comenta- pero era el gran maestro de un arte mayor». Me enseña un álbum de fotografías de Orozco. Las cosas estén claras, él es un muralista, admira a los buenos exponentes de este arte mayor, y entre ellos, admira más a quienes mostraron mayor sensibilidad, mayor grado de humanismo. Le han dicho que tiene cierta influencia de Diego de Rivera, el acepta esa posibilidad. En el fondo, sin embargo, admira sobre todo a Picasso y a Orozco.
Para Solón las artes plásticas no tienen secretos, ha experimentado prácticamente todas las técnicas. Durante nueve años de su vida (1965 – 1974) se dedica casi exclusivamente a la conservación y a la restauración. Estudia, primero en México y luego en Italia, todo lo relativo a estas técnicas, luego en ese cometido, viaja a Japón, China, Corea. Mongolia y a la Unión Soviética. Realiza desprendimiento y restauración de murales en Teotihuacan (México), trabaja también en el Japón y en la India, su itinerario es denso. Ávido de conocimientos de técnicas, jamás deja de investigar, realiza grabados, afiches vitrales, xilografías, cementografías e incursiona, con buenos auspicios, en el campo del tejido. Quiere comunicarse con el pueblo, a nivel masivo:
– Creo que, para comunicarse en forma masiva, hay dos técnicas esenciales: el arte gráfico, porque un grabado, sea litografía, xilografía, agua fuerte, agua tinta, etc., puede reproducirse en copias de bajo costo, que lógicamente tendrán mayor difusión que otras. Lo mismo sucede con la pintura mural, que es para el pueblo. Lo ideal sería que nuestros murales estén expuestos al aire libre para que, al pasar, la gente los vea.
– En el paseo de El Prado, por ejemplo…
– En el prado, o en el Banco Central, hay muchas partes donde se puede pintar. Esa inquietud por el arte masivo, me llevo a reproducir toda la serie del “Quijote”, o el grabado de los niños en «Pueblo al viento», que es una cementografía, un aporte al arte gráfico.
– Es una técnica muy poco conocida…
– Muy poco conocida, de ahí que por ejemplo en el Japón, le dieron importancia… (y me enseña un libro japonés, publicado en 1959, donde están reproducidos sus trabajos).
Su acuciosa búsqueda de técnicas experimentales, lo llevo a conocer milenarias técnicas, sobre todo en China. Expresa su admiración por la escuela de Marzán, en Egipto, escuela que quiere mantener la tradicional pintura mural egipcia, por las milenarias técnicas chinas, etc. “Después de estos viajes, uno vuelve con el afán de recuperar valores propios”, afirma.
– En nuestro caso, hablaríamos de un arte ¿Ancestral?, ¿indígena?, ¿nacional?…
– Yo creo que se va a tener que hablar de un arte latinoamericano; creo que la influencia de nuestro arte cerámico, arte de tejidos, va a permitir que el pintor, recupere en cierto modo estos valores, a través de una visión contemporánea de las cosas, porque de lo contrario, simplemente vamos a reproducir lo que se hace en Europa o en Estados Unidos.
– “El pueblo no debe aceptar un arte impuesto por las maquinarias de producción y consumo» expresa su manifiesto. «¿Ideas y proposiciones del Taller de Pintura Mural”, hecho público el año 1979 ¿Que nos puede decir al respecto?
– Ese manifiesto expresa nuestra posición, revaloriza lo que se ha hecho en el país.
– Sus series sobre el Quijote, han sido ampliamente divulgadas, ¿qué significado tiene para usted este noble personaje?
– Al Quijote lo he leído mucho, siendo niño mi padre ya me hablaba de él, me lo pintaba como un hombre que lucha contra lo imposible, un loco apasionado. Mi intención fue dar forma a esa figura para luchar contra lo injusto. Sancho es el pueblo que ve el cuadro, como personaje recién aparece en la segunda serie, porque ya se integra a las ideas del Quijote, aunque en algunos pasajes es Sancho quien da las ideas, quien descubre el mundo y el Quijote lucha por él.
Cuando visité la primera exposición sobre el tema del Quijote, en el instituto de los pintores en España, me di cuenta que muchos de ellos revalorizaban la figura del Quijote, pero no su espíritu, este espíritu es el que quise plasmar, por eso el Quijote es siempre contemporáneo.
– ¿Siempre lleva una leyenda que completa el mensaje?…
– Es la parte literaria, con la cual se dice, en cierto modo, lo que la parte grafica no alcanza a expresar.
– En la primera serie «El Quijote y San Francisco», el Quijote vive tiempos de paz…
– Si es un Quijote de paz, pensé que ambas figuras míticas, están asociadas por la pureza y los ideales. Pero ya cuando retorno a Bolivia, la cosa cambia; el año 80, una reproducción del Quijote, es el motivo para que los esbirros de la dictadura me detengan, estuve varios días en prisión y sentí en carne propia agresiones de diferente tipo, fui testigo de la represión y la tortura. Gracias a las acciones de organismos internacionales, salgo en libertad, a la embajada alemana, y luego parto rumbo a España. Allí nace «El Quijote en el exilio».
– ¿Lo han identificado con el Quijote, se refleja en usted esa identificación?
– Si, quizás porque pienso que es necesario decir las cosas oportunamente, denunciar las injusticias en el momento que se comenten, lo contrario es complicidad, la denuncia no impide -además- que el lenguaje sea apacible, poético, no beligerante. Creo que para mí el Quijote es un espíritu que abre posibilidades a la comunicación mundial.
– Rocinante también es un personaje…
– Es un personaje que, si bien no contesta al Quijote, no habla con él, asume una actitud gráfica que lo dice todo: dignidad, nobleza, solidaridad, consecuencia, etc.
– Rocinante también es Solón y a la vez, es el pueblo, hay una especie de sincretismo entre estos personajes del Quijote, que abarca al pro pio personaje y al autor, si no me equivoco.
– Exacto, es el pueblo, con su modo de vida, sus sufrimientos, sus alegrías, el que está detrás de todo.
– Pero también hay violencia, la paz original del Quijote es abruptamente truncada con la tristeza del exilio, y más aún, con la aparición de los perros, de la represión … Es innegable que Solón vivió, de cerca el horror de la violencia, de la represión política.
(Hay una motivación que crispa la espalda de Solón, quien nuevamente se echa para atrás. AI retornar, pasa por un túnel hecho por sus manos como si al peinar con ellas su cabello desordenado, pudiera sortear lo inadmisible).
– Mi esposa tuvo un hijo, a quien ame como a mi propio hijo, ya era universitario, te hablo del año 1972, se llamaba José Carlos, le gustaba pintar, me ayudaba mucho. Por motivos políticos, se cierra la universidad aquí, y viaja a Santa Cruz, hacia afiches, era un muchacho de ideas. Nos enteramos que fue detenido allí. Su madre va a visitarlo y él no le muestra las manos, porque tenía las muñecas con llagas a causa de las sogas con las que lo ataban. Posteriormente le dicen a mi esposa que lo pusieron en libertad. Nunca más pudimos verlo. Una versión seria, afirma que le aplicaron la ley de fuga. Gladys jamás se ha resignado, aun hoy espera tener noticias de José Carlos.
La obra de Solón es testimonial, como su vida. Tras el frio cristal de sus anteojos se adivina al hombre sensitivo, al potosino del sur que delata esa voz bronquial, muy a pesar del agradecido sucrense. AI paceño por costumbre y aventura que ama al pueblo y sus raíces, a quien pretende cimentar una cultura de la imagen capaz de recuperar la historia pasada y presente; al boliviano total expresado en los murales, al latinoamericano y al humanista vertido en los dibujos.
Solón me muestra una representación gráfica, con estilo de historieta, sobre la Amada infiel de García Lorca hecha por Luis Luksic, me enseña también un álbum fotográfico de Orozco y una revista con trabajos de Gonzales, un muralista cubano muerto en el olvido a quien Solón reivindica. Son pequeños tesoros que guarda con celo, con paciencia de amigo atemporal. Quien sabe, valoriza estos recuerdos más que los muchos premios que ennoblecen su ya abultado curriculum.
Es un hombre de izquierda, consciente de sus limitaciones. Sabe que los cambios históricos los protagoniza el pueblo. EI se limita a retratar a este gigante protagónico en sus triunfos y derrotas.
Está contento por haber concluido «EI Retrato de un Pueblo» y también agradecido, porque en este, como en ningún otro trabajo, pudo expresar su arte con amplia libertad, sin embargo, aún quisiera llenar muchos grandes muros exteriores con representaciones populares no sólo del pasado sino también del presente, para que a través de las mismas el pueblo del futuro pueda cavilar, repensar, reconstruir, y tal vez reafirmar su cultura.