Por Guillermo Francovich, 14 de Marzo de 1985

El Solón de quien voy a hablar en este artículo nada tiene que ver con el legendario personaje que los griegos colocaron entre los siete sabios precursores de la filosofía occidental y que fue, seiscientos años antes de Cristo, el creador de la democracia en Atenas. El Solón a que voy a referirme aquí es el artista que firma con ese nombre sus trabajos y que es uno de los más prestigiosos exponentes de la pintura boliviana en nuestros días.

Era yo Rector de la Universidad de Sucre cuando él apareció un día en la ciudad, que es la de su nacimiento [Solón nació en Uyuni], después de haber estado en el extranjero estudiando la pintura mural cuyas técnicas habían sido redescubiertas y renovadas por Diego Rivera, el gran pintor mexicano.

En esa época, yo me había dedicado al estudio de la influencia que la Universidad tuvo en la emancipación de la América Hispana. E inclusive escribí un cuento que acabó convirtiéndose en una pieza teatral titulada LA GITANA. En esa pieza, reuní cinco próceres de la independencia de Bolivia, la Argentina, el Perú y el Ecuador, que más tarde fueron encarcelados, exiliados, fusilados y hasta asesinados, después de haber realizado sus propósitos. Los presentaba, pues, en la pieza como condenados a muertes violentas. Y soñaba con la posibilidad de erigirles un monumento en que aparecerían unidos en su propósito común y al mismo tiempo separados por su angustia, a la manera de la escultura de Rodin titulada LOS BURGUESES DE CALAIS, en que éstos, todos de pie, están absortos por la idea de la muerte inminente. Pero no había el dinero para tamaña obra y tampoco el escultor que pudiera ejecutarla.

Con su llegada, Solón me hizo pensar que si los próceres no podían ser mostrados por la escultura podían tener una presentación no menos monumental en murales hechos dentro de la Universidad. Entre 1950 y 1951, Solón realizó el prodigio. Pero en vez de mostrarlos con la expresión angustiosa que yo venía imaginando, él les dio la que corresponde a la significación que tienen dentro de la historia. Los presentó, en los muros de los locales más importantes de la Universidad, con las dimensiones y con el dinamismo que tuvieron en el proceso emancipatorio del continente. En una carta reciente, Solón me ha escrito a este respecto lo siguiente: «No olvido que el auspicio suyo gestó un movimiento de pintura mural que la historia del arte plástico boliviano comienza a reconocer«.

He escrito todo lo anterior porque, gracias a la gentileza de un compatriota que hace algunos días vino de La Paz a Río de Janeiro, he tenido la oportunidad de un nuevo encuentro con el arte de Solón. Me trajo dos álbumes que muestran una faceta nueva de su talento siempre en proceso de perfeccionamiento. Ha dejado las paredes macizas, las tierras coloridas, los personajes enormes para volverse a esa intimidad del arte que es el dibujo. Traza en el papel las imágenes que tienen que ser miradas desde cerca. Los dos álbumes se titulan DON QUIJOTE Y LOS PERROS y DON QUIJOTE EN EL EXILIO, Trabajados en los últimos diez años, han sido objeto de diversas exposiciones, dentro y fuera de Bolivia, que la crítica ha acogido con los más elogiosos comentarios.

Solón marcó la transición del mural al dibujo con un álbum que en 1958 le publicó la Universidad de Sucre en el cual ensayó el grabado en cemento. Trató de utilizar una técnica distinta de la xilografía y de la litografía con el propósito de determinar sus calidades expresivas. El cemento mostró una resistencia que permitía múltiples impresiones. El álbum, que se tituló PUEBLO AL VIENTO estaba inspirado, como toda su obra, por una honda sensibilidad social y humana; presentaba, por un lado, dramáticas escenas de la pobreza y, por otro, feroces peleas entre perros, toros y otros animales domésticos. Los dibujos hechos con trazos gruesos y abundancia de espacios negros tenían un aspecto sombrío. Solón no volvió a emplear el cemento en sus trabajos.

En los nuevos dibujos que tienen a Don Quijote como personaje central, Solón ha llegado a una suprema depuración de las líneas. Si en ellos aparecen todavía masas negras, las figuras están diseñadas con una limpidez de trazos que les dan una inmensa delicadeza y una expresión profundamente poética.

En los dos álbumes aparecen Don Quijote, con su inseparable lanza, y Rocinante. En el primer álbum, el caballero andante sufre las agresiones de los perros, que ya aparecieron en los grabados del PUEBLO AL VIENTO, y que, esta vez, en jaurías, lo atacan, llegando a derribarlo y a clavarle los colmillos. En el segundo, Don Quijote se mueve en la región del exilio, en la cual asiste a las manifestaciones de las rebeliones impotentes y a la estratificación de las represiones brutales. Los dos álbumes son la transposición de las persecuciones de que Solón fue objeto como consecuencia de su militancia política.

No quiero dejar de anotar que también encontré una coincidencia en estos álbumes con preocupaciones mías. En 1982 publiqué una pieza teatral titulada CLAVILEÑO, cuyo protagonista es Don Quijote y en la que yo hago una especie de apología de la caballería andante, mientras Solón en sus álbumes muestra las desventuras de ésta.

Rio de Janeiro, Marzo de 1985