Solón, 1956 – 1959
El arte, reflejo inmanente de la verdad universal, no se ajusta sino a la expresión humana de los pueblos en las diferentes latitudes del mundo, de ahí que sólo con la pasión y la sinceridad que nos obliga a ser leales a su propia esencia, diré lo que he visto sin la elegancia de un escritor puesto que mi oficio es otro.
En este viaje a través del arte chino, largo y complicado por si solo, tocaré algunos aspectos de los muchos que se podrían enfocar en este pequeño relato. Cogiendo de mi itinerario de viajes algunas páginas dispersas, sin el propósito desde luego, de escribir un libro, viajaremos juntos por los viejos caminos del arte oriental.
He visto en China a los hombres de hoy y a los de hace siglos. Los de hoy en un enjambre laborioso construyen, los de hace siglos nos miran desde la arquitectura de un templo, de una muralla, o la superficie de un cuadro con la mágica presencia del arte y la artesanía. Viajamos a China desde el otro lado del mundo, los días se acortan en el viaje de Occidente a Oriente.
De Mongolia a la China
Hemos atravesado Europa y el continente asiático, a nuestros ojos se presenta ahora un paisaje altiplánico, una pampa descolorida enmarcada en un cielo plomizo con pintura de viento en las nubes. De vez en vez, una carpa e interminables filas de camellos dibujan puntos y líneas en la parte más ancha de la sábana extendida. Volamos sobre la república interior de Mongolia. De pronto el aparato proyecta sus sombras sobre un plano inclinado, tocaremos tierra. Casi paralelo al aeropuerto se extiende destruyendo la irregular superficie la línea recta de un camino asfaltado que conduce a la capital Ulán Bator (Ulaanbaatar). La sorpresa en los aterrizajes se hace más interesante cuando más inesperado es el contraste en tierra firme, sin el concebido anuncio de colocarse los cinturones.
Corre un viento helado. Nos salen al encuentro curiosas miradas cuando descendemos del avión, como contrastando la parca sobriedad del paisaje los colores del ropaje armonizan con estridencia, un naranja violento en la blusa, con un azul marino en los puños, viste un campesino que tiene en los brazos un niño con la ropa amarilla. Morenos, tostados por el sol, como los habitantes de nuestra meseta, esperan la llegada del próximo aparato, el nuestro, les ha defraudado su atención, los niños vuelven a sus juegos y los grandes a su plática con un murmullo tan extraño como el de nuestros compañeros de viaje.
El desayuno y un breve descanso nos enseña la hospitalidad de este pueblo. Sus gentes sencillas como las nuestras, me sonríen en cuanto me ven en frente de ellos con la intención de tomarles un apunte. Luego se aproximan, y mis inadvertidos modelos tratan de reconocerse en los confusos trazos de sus dibujos.
Al despegar el avión, como en todas partes dejamos amigos en tierra, la pampa ahora se mancha de verde con zigzagueantes reflejos de ríos y lagos. Nos restan varias horas de vuelo que la reflexión -calculando distancias, épocas y costumbres- aprovecha para hacer memoria de los libros leídos sobre China. Dentro de poco arribaremos a Pekin (Beijing), llegaremos exactamente a la antípoda de Bolivia.
Un médico chino compañero de viaje cuyos ojos pequeños y vivaces nos sonríen, nos adelanta algunas noticias de su patria. La pronunciación de su idioma, el chino, es muy difícil. Aunque creemos imitar muy bien la fonética de las palabras que él pronuncia, se ríe feliz de sernos útil enseñándonos una que otra palabra.

De pronto, sin poder contener la emoción, divisamos la gran muralla. Por un tiempo volamos sobre el lomo de esta gran serpiente que avanza sobre la cumbre de los cerros que, partiendo de la provincia de Gansu, llega hasta el mar de oriente. Desde el avión no se aprecia su colosal magnitud, salvo las veces que se acerca a nosotros trepando una alta montaña. Es difícil imaginar su construcción, el transporte de materiales, la mano de obra, etc. Primero fue de ladrillo y tierra, y en la época de los Ming la reconstruyeron de piedra. Luego el paisaje se hace menos agreste, verdeando los campos el terreno parece extenderse en forma plana, de pronto Peking con su geométrica forma cuadrangular. La ciudad exterior cuyos barrios se dispersan a lo largo de las cuatro puertas estelares, luego la ciudad interior y la ciudad prohibida en cuya extensión se destacan los templos con el brillo de porcelana de sus techumbres azules, verdes y amarillas.
La pintura cortesana del emperador

Llegar a China, pisar esa tierra saturada de siglos, contemplar su llamativa arquitectura, ver a sus gentes, nos hace evocar las lecciones de historia del arte. Peking es indudablemente la ciudad más china de esta joven república, de anchas avenidas y amplios parques, con juego cálido de colores, del bermellón al verde jade sobre el blanco mármol de sus puentes. Las casas son bajas, la construcción civil que no debía sobrepasar en superficie ni altura la edificación de los templos y palacios imperiales, apenas si emerge de la tierra tres o cuatro metros. Este detalle es característico en esta ciudad, sin embargo, en algunas arterias principales, el impulso de la liberación ha levantado edificios nuevos de grandes alturas, escuelas, almacenes estatales, teatros, casas de descanso y hoteles, desde cuyas terrazas, el panorama de la ciudad es maravilloso. El Palacio de Verano, El Templo del Cielo, la Pagoda Blanca, tienen el espacio de poesía y cobalto. Más, este tema quizás pueda ser objeto de otra charla para describir estos paseos que ahora como nunca, los chinos habían soñado, les sirven de sitios de recreo.
Mi primer deseo fue anunciar mi llegada a José Venturelli, uno de los más grandes pintores muralistas chilenos radicado en Pekín, con quien en Santiago formáramos el grupo Neo-Humanista. A Venturelli, más conocido como Wuenturelli por sus vecinos en Pekín, me fue difícil sorprenderlo en su taller. Su cooperación e investigaciones que realizaba me sirvieron de mucho para comprender y penetrar en el complicado método productivo del arte chino. Hurgar los orígenes milenarios de la pintura, analizar la morfología depurada por la síntesis, es tarea ardua y difícil. Ante todo, es necesario considerar la correlación -creo yo- de los grandes períodos que la estabilizan, el predominio del concepto plano y sintético de la forma sometida a viejos cánones. Por una parte, analizar las épocas artísticas enjuiciadas por el medio conservador, que, si bien no ocasionan la decadencia de las artes plásticas, la detienen y estabilizan por largos siglos. Por otra parte, conflictos bien conocidos por nosotros, ocupación, extra territorialismo, etc. sirven para admitir el detenimiento involuntario de un pueblo amarrado al opio por la fuerza.
Es indispensable recapitular como una civilización que descubrió la pólvora, el papel, con un sentido profundo de las ciencias y del arte, haya permanecido por milenios en los estratos de la miseria y el hambre. Causas son estas por demás conocidas que concluyen con la búsqueda de un dogma como refugio asimilado a la religión.
Existen problemas en la revisión de los valores de la pintura, valores establecidos por el concepto rígido del emperador y en relación directa con el creador de la obra de arte. Por de pronto, es urgente reconocer la preocupación del oficio en el arte chino, en cuya elaboración, no intervienen anexos provocados que destruyan su esencia. En el arte actual, todo el contingente humano quiere aprender y asimilar la verdad de las cosas, por eso el arte trata de buscar al hombre, quiere dar importancia al individuo en sus grandes desventuras y alegrías sociales.
El academicismo copista en los períodos iniciales de la pintura china que se remonta a las copias que se hacían de los pintores de las dinastías Xia, Shang, Tang y Yuang mantiene a la plástica de este pueblo en un estado por demás desventajoso con tendencia a la imitación intrascendente a cánones preestablecidos que imposibilitan la evolución de sus conceptos y anulan la experiencia sensorial directa de las cosas y los seres animados.
La antigua pintura del emperador que podríamos llamarla cortesana, nos presenta al pintor con un quimono de seda, de anchas y largas mangas en cuyas manos difícilmente se acomoda el pincel por el excesivo tamaño de sus uñas. Varios esclavos preparaban el material y luego extendían la seda o el papel para proceder al pintado. Nada que no emerja de este medio aristocrático era considerado como obra de mérito, existe por ejemplo el libro del emperador en el palacio donde se hallan escritos los nombres de los pintores y artistas congraciados con éste. Ningún otro pintor de mérito que no estuviera en esta lista era considerado como tal. Hasta no hace mucho este veredicto imperial del libro sagrado, era respetado y categórico para el juicio del pueblo chino. De este modo, hasta hace poco el emperador seguía discerniendo en materia de arte.
En suma, la expresión artística pertenecía, a una clase determinada en la que por ningún motivo se dio importancia al arte popular, factores estos que, sumados a otros, nos dan el balance de la antigua pintura china, la que no ha evolucionado debido a causas ya señaladas. En cuanto a las técnicas y métodos de trabajo se encuentran en diversos tratados de pintura, que como ya hemos dicho, fomentan la copia de un pintor anterior dando indicaciones fútiles o superficiales, para fomentar principios, tales como: “píntese un cerezo en flor a la derecha, con tal color y si la estación es invierno con tal otro”. De este modo también se explica el estacionamiento en determinados períodos de la pintura antigua, tanto en la concepción como en la realización misma de la obra. Con este método de trabajo casi podemos aceptar la presencia en la antigua pintura china de pocos artistas, cuyas obras en concepción, manera y técnica, han sido repetidas muy profusamente, por otra parte, ninguno de los pintores se preocupó en saber con qué pintaba, menos averiguar la composición de sus pigmentos que generalmente procedían del sud de China y quizá de la India.
La pintura ligada a la poesía y la ética

En lo que se refiere a la técnica propiamente dicha, es objeto de gran estudio la confección del cuadro, que estaba encargada a manos hábiles en el piado y los métodos de reproducción. Posteriormente el arte chino se desarrolla con una simplicidad asombrosa, en un momento parecen desconocer la perspectiva, más tarde se apropian del claro – oscuro, y luego con el desarrollo perfecto del dibujo, incursionan en la gran composición. No obstante ser los inventores del papel, no utilizan sino muy después este producto, sus primeras obras son en seda que se enrollan en unos listones colocados a los extremos, pudiendo ser estos horizontales o verticales, parecidos a los palimpsestos griegos. En el mobiliario de palacio, se observan unas mesas bastante largas y angostas que servían para este propósito en donde dos esclavos sostenían la tela de los extremos si esta era horizontal o iban arrollándola poco a poco si esta era vertical, se colgaba en lo alto de las paredes.
La pintura no era un arte independiente, estaba ligada a la poesía, la filosofía, la historia y la moral, de ahí que los caracteres chinos colocados equilibrando la composición del cuadro, juegan un papel importante por el contenido. Además, tenían un elevado concepto del pudor, no se conoce el desnudo en la pintura china, como en la japonesa. Su técnica es complicada y de grandes alcances, su temática acentúa la descripción minuciosa de los objetos, fundiendo las masas del fondo en una perspectiva aérea difusa y bien lograda de colorido. El espectador no está completamente cierto del desarrollo del cuadro, técnicamente el tratamiento es impenetrable, algunos efectos producidos en gran parte por el papel y el pincel chino, asombran por su fluidez y nobleza de trazo. Seguir el trazo de una pintura y detenerse en los pequeños detalles bajo la acuciosa mirada de un profesional, es tarea interesante y sorprendente a la vez, más aún, si en este afán se analizan los materiales empleados y sus aglutinantes, y mucho más si se experimenta con ellos, utilizando sus mismos medios expresivos sobre la frágil superficie del papel de arroz. En suma, el pintor chino gracias al piado, pinta de adentro para afuera, utilizando el propio soporte para fijar el pigmento.
Más humanos y tiernos con las cosas más insignificantes

La infinita nobleza y la profunda simpatía que se manifiesta en un cariño casi excesivo por las cosas humildes, un insecto, un renacuajo o un almendro son los temas de su pintura. Al caminar por las calles de Pekín, este infantil afecto se pinta en un personaje pintoresco: el vendedor de grillos cuya mercancía se anuncia por sí sola. Centenares de pequeñas jaulas en los extremos de un palanquín sostienen el conjunto coral más extraordinario de la tarde, los niños después de una minuciosa selección, cambian los cinco centavos de un helado por un juguete vivo al cual lo alimentan y acarician. A su paso el grillero, como se me ha dado en llamarlo, va dejando en cada tienda, un músico de su orquesta, que la dispersa a lo largo de la calle a la cual anima y la revive para la feliz caída de la noche. La pueril temática de su pintura, con la plástica inconfundible del pintor chino, nos expresan el ardoroso acento que nos hace más tiernos y más humanos con las cosas más insignificantes de la vida.
Este amor tradicional por la naturaleza caracteriza la pintura china, y acaso hasta agrupa a los pintores por especialidades: los pintores de aves, de insectos y los paisajistas. El piadoso sentimiento de su espíritu se traduce sobre una mancha delicada en el delgado papel de arroz con una extraña y difícil técnica. Es interesante penetrar en el espíritu afectivo de este pueblo, donde la pintura, con su fondo y forma, se adapta a la sensibilidad del espectador. Es así como, anoticiado de una visita, el anfitrión escoge previamente de las telas que posee, aquellas que él se imagina encajan mejor con la sensibilidad de su visitante, preparando de este modo un cálido, ambiente donde hasta la decoración de su vivienda, acojan mejor al amigo.
Nunca sentí la grata erosión de mi oficio como aquella tarde en la que visitamos al pintor más anciano de China, Chi-pa-She, carpintero de profesión y delicado poeta y pintor por nacimiento, con 93 años de recuerdos, testigo de las más grandes miserias y tragedias de su pueblo. Admiramos en su porte enjuto de barba blanca y pequeños ojos vivaces, ya casi en el ocaso de su vida, la alegría de vivir y sentirse alguien, rodeado de la feliz sonrisa de los niños. Enterado por el intérprete de mi oficio, su emoción no puede contener y parece rebasar en una mezcla de alegría y llanto -«todo es tuyo, mis pinceles, pinturas y papel»- su palabra se corta y sin esperar la traducción que del chino hiciera nuestro intérprete, nos contagia su emoción con la extraña mezcla de alegría y llanto. Bolivia, América, Occidente, se precipitan en el ancho espíritu oriental, que se yergue en este hombre, artesano humilde, sencillo y maestro, en cuyas manos temblorosas, la tradición milenaria de China nos estrecha. «Ustedes son jóvenes» – nos dice – y como si la pintura fuera un sagrado designio, nos entrega un pincel para armarnos caballeros, 93 años es una vida, contemplando el cambio, el giro, la transformación de un nuevo pueblo que construye su propio y verdadero destino.