Walter Solón R., Semanario Junín, Sucre 1949
Sólo una minoría hasta hoy ha admitido la obra de los pintores modernos. Una reacción vital frente a los problemas del mundo económico y al medio ambiente, actualizan la manida frase de “el arte por el arte”; sustituyendola por un arte colectivo, más próximo al hombre nacido no solamente por la necesidad y placer de crear e inundar los salones, sino por la urgencia de penetración en la comunidad humana, con un contenido exento de formas inaccesibles para el pueblo. Nos referimos no a las escuelas cuya reacción parcial sólo descubre nuevos medios de expresión: técnica o temática, sino a una fusión de ambas, más una emotiva sensibilidad libre de todo servilismo.

Pues bien, la pintura moderna nos llega como producto de reacciones naturales frente a técnicas o escuelas pre establecidas. Unos, en su afán de encontrar nuevos medios de expresión descubren el frígido lenguaje de las formas planas, llegando al “cubismo” igualmente congelado en su origen y como un arte poco o casi nada emotivo donde la línea, el color y la composición solo suman pintura, admitiendo, desde luego, un gran resultado plástico, pero para el dominio absoluto de los iniciados. De ahí que las telas de un Picasso, por ejemplo gusten muy poco a quienes tratan de encontrar una vivencia cotidiana, un motivo viable, de un feliz resultado “plástico”. Al respecto nos dice Maurice de Vlaminck: “Picasso ha sofocado durante muchas generaciones de artistas el espíritu de creación, la fe, la necesidad en el trabajo y en la vida. Porque si bien se ha convenido que una obra de arte no tiene que probar nada «socialmente» hablando, ella debe ser ciertamente humana: SER UNA ENSEÑANZA«.
Como se ve el cubismo no es más que una manera de sentir, como lo afirmara Andre Lhote: escuela no definida, cuya ventaja es que no va contra ninguna expresión de arte ajena a sus reglas.
Otros con el mismo afán en pos del contenido temático, de sus telas transmontan las fronteras individuales del psicoanálisis y el sueño para conseguir resultados donde, al igual que los anteriores, solo la pródiga imaginación de los bien dotados presiente el alba que emerge del fondo mismo de las cosas trasplantadas del sueño y del absurdo, bajo una técnica minuciosa y formal que asombra. “El surrealismo”. Digna búsqueda sino cayera en la extravagancia de escaparate.
Ambas, tanto esta como aquella, reaccionan valientemente ante el realismo mágico de “plein air”, ante la ausencia del dibujo y la exuberante presencia de color que nos trae el impresionismo. Con ellos la frase de Ingres vuelve a ser motivo de interés, “el dibujo es la probidad del arte”. Algo y mucho se ha conseguido: algo al restaurar la línea y mucho al tomar en cuenta la visión individual y las creaciones del espíritu. Pero al igual que la búsqueda, el resultado fue parcial. El cubismo es formal, el surrealismo es todo fondo y contenido; ninguno de los dos satisfacen las exigencias de una mayoría teniendo en cuenta como afirma Léger «que las preparaciones especiales de educación e instrucción nada tienen que ver con la disposición artística», es una razón por la que el pueblo no los ha comprendido, ya que este no se encontraba por ningún lado. Era necesario algo más próximo al hombre, a su emotividad intrascendente. Acaso el temor de los salones bien lustrados intimidaba al pueblo que deseaba recrearse viendo obras de arte. Acaso también la equivocada idea de pensar que el artista era de un medio superior que «pintaba para los ricos» los alejó de ambos.