El año 1939 se produjo en La Paz un acontecimiento católico. A ese evento vino una delegación de Sucre de 40 estudiantes. A mí, me incluyeron en esa delegación. Nos alojaron en el colegio San Calixto.

Nosotros teníamos un uniforme muy parecido al de los heladeros, al extremo que nos llamábamos “los heladeros de Sucre”. Yo traje mi violín para participar de las misas que daba el colegio Santa Ana que también se hizo presente con una delegación. En las tardes tocaba el violín en las horas del rosario en el colegio Santa Ana, y siempre llegaba tarde al San Calixto. Había un padre jesuita paceño a quien no le gusto que yo llegara tarde. El suponía que tenía alguna aventura por ahí. Todas las noches me castigaba haciéndome plantonear. Mis compañeros dormían y yo tenía que estar plantón sobre mosaico sin zapatos hasta la hora que él quería.

Eso sucedía todas las noches. Pese a que le explicaba que iba a tocar el violín al rosario y corría para no llegar muy tarde, él siempre me castigaba porque me atrasaba.

Cierta vez que no había nadie, me metí en la cama. El vino y me dijo:

-“Todavía le falta una hora”, y me sacó de las sábanas poniéndome a cumplir mi castigo. Yo llorando agarré mi zapato, se lo tiré y le grite mil cosas: “Cura tal… cura por cual…”. Con tal mala suerte que mi zapato salió por la ventana y fue a dar a la calle. Me vi sin zapato. Inmediatamente baje a lo del padre Juan y me confesé:

-“He hecho esto… Le he dicho esto al padre… Por esto he tirado mi zapato, y ahora voy ir a recogerlo”.

Desde entonces yo no fui más alumno del Sagrado Corazón, porque no me van a tratar así. Hablé con el colegio San Calixto y ese año me quede en La Paz.