El año que muere mi mamá, mi hermana Elena decide traerme a Sucre. La vida ya no era muy holgada para nosotros. Había que hacer de todo. Era una situación difícil. Mi padre se quedó con mis hermanos mayores. Mi hermana Sara se fue a Tupiza y yo a Sucre.
Elena estaba en Sucre aprendiendo y dando clases de piano en el colegio Santa Ana. Por la vinculación que tenía con los padres jesuitas del Sagrado Corazón me consiguió una beca. Así llegue a estudiar y ser interno de este colegio.
Cuando llegué a Sucre no fui directamente al Sagrado Corazón, viví en una casa muy apartada de la ciudad donde no había nadie. La casa tenía un enorme canchón para alojar a los burros y mulas que traían fruta del valle. Ahí me hicieron un cuarto. Dormía absolutamente solo. Al extremo de que siempre dejaba la puerta y la ventana abiertas para estar al frente de los burros y las mulas, y no sentirme tan solo. Estaba muy influido por lo que la noche puede traer. Tenía un temor a la noche, no obstante la esperaba. Cuando era luna llena me parecía que no iba a pasar nada. Cuando la oscuridad era completa se aparecían cosas…
Como la casa estaba abandonada y yo estaba solo, lo único que hacía para protegerme del miedo, era ir donde los animales, sentir la cosa viva, le agarraba al burro sus orejas y lloraba.