Mi padre sin duda adquirió una serie de experiencias en sus viajes de juventud. Conoció el mar, otros países y cuando llegó a su casa, que era muy grande la decoró con murales, más propiamente, con inmensos cuadros pintados al óleo en las paredes. Al pasar el tiempo, mi hermano Goyo se encargó de transformarlos un poco. Unas veces los repintaba, otras veces les añadía algunos elementos, como un avión, un barco…

Nuestro padre tenía una carpintería. Allí se dedicaba a una serie de actividades, a la fotografía, la pintura, la escultura, la literatura, el arte en general. Goyo el mayor de los cinco hermanos (Goyo, Elena, Carlos, Walter y Sara), fue el que más estímulo recibió de mi padre para la pintura. En las noches Goyo dibujaba sobre la mesa, rodeado por todos nosotros. Hacía unos dibujos al carbón realmente estupendos. Dibujaba a pedido. Queríamos un par de boxeadores y el los dibujaba en movimiento. A veces hacía escenas terroríficas para que no entraran a robar las uvas que traían de las propiedades de mi madre en Cinti. Los racimos colgaban del techo. Nosotros tirábamos la gorra, caía la uva y al trote. El dibujó un enorme diablo, un lucifer, y dijo “desde ahora él cuidará la uva”.

Goyo tenía gran habilidad para pintar y ahí nació en mí el deseo de dibujar. En una oportunidad, cuando estaban remodelando la casa, había una pared lista para ser empapelada, ahí hice mi primer dibujo con carbón. Era la figura enorme de una niña de ojos grandotes que tenía una chasquilla, un cerquillo. Mi hermana mayor le había cortado un cerquillo a mi hermanita menor. A mí me causó risa. Por eso hice ese dibujo enorme y escribí en la parte de abajo “Sara burra con cerquillo”. Al dibujo lo empapelaron. Pasaron los años, quince o veinte. Hasta que un día sacaron el papel y ahí apareció el dibujo. Pienso que fue mi primer dibujo de pintura mural.

Entré al colegio en Uyuni. Allí hice kinder, primero y segundo año. Al kinder yo iba con mi hermanita menor. Nos dieron un papel para dibujar. Dibuje un enorme pavo real que solamente conocía de las revistas. Utilice todos los colores. Llamaron a la directora, le mostraron mi dibujo y bastó para que me subieran a primer año. “Yo quiero quedarme en el kinder” decía, por no separarme de mi hermanita.

En otra oportunidad nos trajeron barro para hacer modelado. Sobre las mesas grandes y bajas del colegio hice unas cosas planas que deberían ser unas casas. El material estaba tan mal elaborado que cuando terminé era un esperpento cubierto de barro.

Mi padre trabajaba en la Railway (una empresa de ferrocarriles) y tenía la posibilidad de conseguir materiales de pintura. En sus viajes compraba y proveía de todo ese material a mi hermano Goyo. Además le construyó un taller muy apartado de la casa. Él trabajaba muy disciplinadamente, muy escondidamente. Yo no podía entrar a su taller. Tenía mucha curiosidad. Me preguntaba “¿Qué es lo que hace? ¿Qué es lo que pinta?”. Algunas veces entraba y veía lo que hacía. Cierta vez logré ingresar, le pedí un poco de pintura para trabajar. Agarré un pincel, combine las pinturas, pero no tenía un soporte para pintar, una superficie plana. Lo único que encontré fue un candado y sobre él pinté. Era mi primera experiencia al óleo. Luego llegó la hora de abandonar el taller. Goyo se lavó las manos y al tiempo de salir cogió el candado para echar llave su taller. Sus manos se embadurnaron en pintura y esa fue la causa para que no entrara más a su taller.

Pero las cosas se olvidan. Rogando, insinuando, volví a ingresar al taller hasta hacerle otra travesura como romperle una tela al hacer malabarismo con un palo. Eso me ocasionó un par de golpes. Desde entonces, yo deje un poco el interés por la pintura.

Comencé a dedicarme a la música, a cantar, a silbar. Tocaba el órgano de boca, cosa que mis hermanos no podían. Mi padre vio eso y pensó: “Quizá este puede tocar el violín”.

De uno de sus viajes mi padre volvió con un violín, y preguntó “¿Quién ha de tocar violín?” “Yo,- dije- yo voy a tocar violín”. Me enseñaron a agarrar el violín y a tomar el arco. Yo recuerdo que todo el mundo se reía porque levantaba la punta de mi pie para tocar el violín. Ahí nació la idea de que podía ser músico y dejé de molestar a mi hermano mayor que era pintor.