La abuela murió sin decir donde estaba enterrado el tesoro. Mi padre y mi madre fueron a hablar con mi abuela cuando enfermó, pero ella había perdido la palabra. Sólo hacía señas que nunca quedaron claras. Dividía la mano con sus dedos y levantaba un dedo.

Obsesivamente, mi padre se dedicó a buscar la fortuna que se suponía oculta en alguna de las casas o tambos que tenían mis abuelos. El necesitaba encontrar el tesoro porque contenía varias joyas que fueron dejadas en calidad de prendas por préstamos que realizaba mi abuela. Había que devolverlas, pero la caja de metal jamás apareció.

Nos quedamos con una infinidad de deudas. Empezamos a vivir de lo que había quedado, de los restos de la fortuna, casas, propiedades, pianos, joyas… Pronto se acabó todo y la situación se volvió muy difícil.

Aún nosotros, ya de muchachos, continuamos buscando el tesoro, pero nunca lo encontramos.

Muchos años después de este relato que me hiciera mi padre, me pregunte si producto de ese tesoro que yace aun tapiado en algún muro no había nacido su obstinada vocasión por hacer hablar a las paredes a través del pincel.