Nunca hablé con él. Murió antes de que naciera. Mi abuelo (Gregorio Romero Macne) vino de Chile. Fundó un tambo en Uyuni cuando todavía no había el ferrocarril Antofagasta – La Paz. Las diligencias que recorrían el trayecto desde Oruro hasta Iquique hacían una posta en ese tambo. Dicen que llegaban enormes carretones. Yo todavía recuerdo enormes construcciones y carretas en el patio del tambo. Alrededor de ese tambo se fundó Uyuni.
Fueron dos hermanos, Carlos, mi padre y José. Cuando era joven José murió atropellado por el tren. Según mi abuela y algunos vecinos, desde entonces, mi padre cambió radicalmente. Se dedicó a viajar, perdió un poco el sentido, se alejó de la familia. La situación acomodada de sus padres le permitió recorrer Argentina, Chile, Perú…
Mi padre era un hombre aventurero al cual siempre le encantó descubrir algo. El hizo de mil oficios, hasta había trabajado en un circo. Hacía de todo. Tenía una vinculación muy estrecha con un pintor del lugar, el Sr. Olivares. También le gustaba la música. Era un hábil pianista.
Era un hombre que había recorrido mundo, pero un mundo de aventura. El que nos contaba de sus travesías era un criado de mis abuelos llamado Felipe. Él había ido a buscar a mi padre por pedido de mi abuela. Cuando volvió el hombre tenía una gran experiencia.
Mi padre fue del Partido Republicano Genuino. Llegó a ser munícipe de la alcaldía. Cuando había elecciones venían los candidatos. Él era muy amigo de todos ellos. Los alojaba y se reunían en casa. Salían en camiones a hacer proselitismo a Salinas de Garci Mendoza, Tahua, Llica… Iban con mucho dinero. Maletas llenas de billetes. Era lo que me impresionaba.
Yo no recuerdo muy bien, pero era muy perseguido por los liberales. Vivíamos en una casa un poco alejada de la ciudad. Una noche Uyuni estaba convulsionado. Lizandro, un criado vino y dijo “mamá vienen a tomar la casa”. Nosotros entramos y él cerró la puerta con una armella y alcanzó a subir al techo. Yo estaba en brazos de mi madre. Los vidrios rotos crepitaban a nuestro alrededor. No dejaron uno solo sano. Bajó Lizandro y dijo “mamá, los conozco, ya sé quiénes son los que han tirado tantas piedras y roto tantos vidrios”. Mi padre se había escondido en unos hoyos que habían para desalojar el aceite usado de las locomotoras. Los que lo perseguían estaban en caballos. Cuando el volvió estaba todo mojado en aceite. Al día siguiente lo cogieron y deportaron a Chile. Él siempre estaba afuera. Salía y venía.