Mi recuerdo más antiguo es el tren. Lo que más me gustaba era salir a las cinco de la tarde y ver llegar el tren. Veía en el altiplano una enorme riel que se perdía en el infinito. Era apenas un punto, un poco de humo, el sonido de un pito… y llegaba a la estación. Saludábamos hasta el último pasajero. Era la diversión de todos los días. Tenía la idea de que el mundo venía en el tren.

Uyuni era una ciudad inmensa, con una torre altísima y un reloj enorme. Ahora, es apenas una pequeña torre con casas de un solo piso. No se conocía el periódico. Lo que había eran bandos. Salían con un tambor a las calles y anunciaban las noticias. Uno iba curioso a ver qué pasaba.

Mis padres viajaban siempre a Oruro y Antofagasta. Yo siempre me quedaba en casa, hasta que un día fui con mi madre a Cotagaita. Fue el viaje más impresionante de mi vida. Descubrí el mundo. Hasta ese entonces jamás había visto lo que era una hoja de un árbol. Fue una sensación encontrar un nido con sus pequeños huevecillos, el canto de los pájaros, el verde. Descubrí que había ríos y no solo salares. Era un mundo totalmente nuevo. Empecé a pensar que estaba viviendo en el lugar más apartado del mundo.